13.9.05

Carta de mi pá.

Te cuento algo.

Cuando un tipo ve una espectacular mujer rubia, exclama ¡¡¡Qué Rrrubióónnnnn!!! Acompañando esa exclamación agarrándose la cabeza con las dos manos.
Bueno…, hoy en el banco vi un rubión…: no era un rubión… era solamente un rubio vestido de rubión…, es decir, un “nene”.
Ya no podemos creer no sólo en lo que se dice, ni siquiera en lo que uno mira.

Esto tiene mucho que ver con una “realidad virtual” a lo que los más pequeños, como vos (aunque te rías), están tan acostumbrados.

Cualquier cosa tiene rango de verdadero: lo que nos dicen (los amigos y a veces los padres), lo que vemos (sin analizar dónde y en qué contexto lo vemos), lo que leemos (sin advertir que cualquier boludo escribe cosas junto a cualquier genio), lo que sentimos (esto fue siempre un problema, antes y ahora), lo que creemos (la fe o la política), lo que hacemos (esto sí es real), lo que jugamos (en los jueguitos, que siempre te dan una vida más) y lo que pensamos, entre otras cosas. Todo es verdadero.
Contradictoriamente, no somos capaces de advertir lo real: a esta categoría, lo real, tenemos la mala costumbre de desdeñarla y considerar como verdadero a lo que no es real, a pesar de que los hechos contradigan eso llamado “real”.

Allí vienen las confusiones y junto a ello, los errores que cometemos; las confusiones muchas veces se originan porque los acontecimientos cambian más rápidamente que sus interpretaciones; de éstas, las interpretaciones, dependen las decisiones que adoptamos, las que muchas veces don erróneas en igual medida que las interpretaciones.

Entonces la verdad sería, en suma, lo que interpretamos de la realidad y en base a eso tomamos decisiones.

Hablamos entonces de lo que creemos que es la verdad. Y para ver si nuestra creencia (o interpretación) ha sido correcta, la debemos confrontar con los hechos.

Si lo que creímos se ajustó a los hechos, nuestra interpretación ha sido idónea. Caso contrario, no.

Existen momentos en que debemos reflexionar de todo esto aunque parezca, así escrito, una simple teoría. Pero cuando lo hacemos sobre acontecimientos reales, deja de ser una teoría y este nuevo estado, que yo le llamaría experiencia, sea buena o sea mala, nos puede ayudar si queremos.

No podemos modificar los acontecimientos, son independientes de uno. Lo que sí podemos hacer es modificar comportamientos que no nos lleven a las mismas experiencias, cuando son malas, o mantenerlos para repetirlas, cuando son buenas.

Esta actitud es una obviamente individual que te pido adoptes.

No quiero que pases de nuevo por tu experiencia vivida. No merecés sufrir así. De ninguna manera.

Solamente si trataras de mejorar tu rango de interpretación, no te ocurrirán cosas similares a esto. Creo que el “ancho de banda” de tu razonamiento debe ser necesariamente agrandado: no todo pasa por un momento. La vida te da sorpresas, dice la letra del disco, y ésto significa que hay futuro. Lo único que no es sorpresa es el fin de nuestros días, y es a lo único que tememos, porque eso no es futuro.

Si le tememos a lo único seguro que nos va a ocurrir, la muerte, es necio no adoptar previsiones, por mínimas que estas sean, para lo que no sabemos que nos puede llegar a ocurrir. La medida del temor o reserva o precaución, debe asentarse sobre la base de una correcta interpretación de los hechos: de esta manera, se hace más fácil (y previsible) el futuro.

Para lograr eso, que es parecido a buscar un equilibrio interno, en este momento te doy un ejercicio: tocate la cabeza con una mano y mantenela allí mientras lees.

Si ya lo estás haciendo pensá, por un momento, que vos terminás allí donde tenés la mano. Si querés manejar ese limitadísimo espacio llamado María Natalia, mi hija, te pido que te concentres en vos misma.

Te quiero mucho y agarrá el teclado o, como dicen los “Charlies”, SAY NO MORE!

Tu papá.

No hay comentarios.: